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El poder de una vida consecuente – parte 3: Buscando la armonía interior-exterior

La única manera de tener éxito como educadores cristianos es viviendo una vida consecuente. Nuestras acciones deben respaldar lo que decimos.

South American May 23, 2018

La única manera de tener éxito como educadores cristianos es vivir una vida consecuente. Nuestras acciones deben respaldar lo que decimos. Creo que todos somos conscientes de esto. Surge entonces la pregunta: ¿cómo puedo lograrlo? En su esfuerzo por influir sobre los demás con un ejemplo positivo, los escribas cayeron en la simulación y la hipocresía. Concentrados en causar una buena impresión, se dedicaron solamente a lo exterior, olvidando que las buenas acciones son el resultado de una entrega interior a Dios sin reservas; son el fruto de una relación personal de dependencia íntima y constante del Señor.

La simulación fracasa porque las acciones realizadas para mostrar cuán buenos somos están contaminadas de orgullo y exaltación propia. Los escribas vivían “para ser vistos por los hombres” (Mateo 23:5). Estaban centrados en sí mismos y en sus buenas obras, de las que eran muy conscientes. Sus vidas eran huecas, pues no practicaban las enseñanzas profundas del Antiguo Testamento respecto de la necesidad de una transformación del corazón por el Espíritu Santo. Les faltaba la conversión, y trataban de suplir esta carencia aumentando las evidencias superficiales de religiosidad, lo que transformaba la religión en una pesada carga imposible de sobrellevar (Mateo 23:4). Distorsionando la verdadera religión, colocaron el énfasis en los detalles más pequeños descuidando lo más importante de todo, es decir “la justicia, la misericordia y la fe” (Mateo 23:23, 24). Lo más trágico es que este esfuerzo no sólo los enceguecía a ellos, cerrándoles el camino al cielo, sino que también les cerraba el camino al cielo a los que los rodeaban y seguían su ejemplo (Mateo 23:13).

En contraste con los escribas, Jesús vivió una vida religiosa auténtica y consecuente, pero nunca hizo alarde de la misma. Se presentó a sí mismo como “manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). Nunca hizo esfuerzos por aparentar, ni para convencer a los demás de su propia santidad y virtud. Obedeció siempre la voluntad de su Padre, no porque otros lo estuvieran mirando, sino porque amaba a su Padre de todo corazón y quería servirle. Sirvió constantemente a sus semejantes, no porque estuviera buscando reconocimiento, alabanzas o admiración, sino porque los amaba profundamente.

La única manera de cumplir cabalmente con nuestra misión educativa es viviendo como Jesús vivió. Aunque sabemos que nuestro ejemplo tiene un gran poder educativo, debemos vivir con humildad, “como para el Señor y no para los hombres” (Efesios 6:7). Junto con la descripción de la hipocresía de los escribas, Jesús presentó el principio que nos ayuda a entender por qué esta actitud es tan destructiva: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla sera enaltecido” (Mateo 23:12).

¿Cómo puedo evitar la simulación y la hipocresía? Por naturaleza,

soy orgulloso y egoísta, de modo que el único camino posible es morir cada día a esa vieja naturaleza, de tal manera que esté con Cristo “juntamente crucificado”, y ya no viva yo, sino que viva “Cristo en mí” (Gálatas 2:20). “Puestos los ojos en Jesús” (Hebreos 12:2) y no en mí mismo, contemplando como en un espejo la gloria de su carácter (2 Corintios 3:18), seré transformado por el Espíritu Santo a su imagen (Colosenses 3:10).

“Los maestros pueden obtener eficiencia y poder únicamente si trabajan como trabajó Cristo. Cuando él sea la influencia más poderosa en su vida, tendrán éxito en sus esfuerzos. Se elevarán a alturas que aún no han alcanzado” (White, 1948, p. 202).

*El artículo es el último de una serie de tres artículos. Leer el primeroLeer el segundo artículo de la serie.


Nota: Artículo escrito y publicado en Español.

Author

Carlos Steger

PhD (Andrews University), es Decano de la Facultad de Teología de la Universidad Adventista del Plata, Argentina. Se ha desempeñado como pastor, profesor, administrador y redactor.

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